Otro verano feliz, que termina.

Se terminaron las vacaciones. Los días eternos sin horarios. Esos días con la sensación de felicidad pegada, sin presiones, sin listas de cosas que hacer. Días que te despiertas con ganas de exprimir cada segundo y llenarlos de planes, de risas, de ideas espontáneas y por qué no, locas.

Otro verano feliz, que toca a su fin. Un verano con abuelos, los 4!!  Y eso ya es una suerte. Para mi el final de verano es un punto de inflexión y de melancolía. Se cierra una etapa, un verano menos con ellos. ¿Cuántos más me quedan? No tengo claro a  qué edad empezarán a pedirme irse con sus amigos y yo viviré esperando que me llamen y vengan a verme.

Sé que suena fatalista pero en realidad es así. Ahora yo soy el gran plan de mis hijos. Me encanta sorprenderles y divertirme con ellos. Idear planes sorpresa y ver sus caritas cuando estamos en un sitio que les gusta. Oirles decir que ese: «es el mejor día de su vida» ja,ja… lo dicen cada verano varias veces. Recoger conchas en la playa, saltar olas, comernos helados y ver atardecer juntos.

Adoro viajar con ellos y ver las ciudades con sus ojos. Siempre son distintas a la visión de un adulto.

Un verano sin familiares enfermos que cuidar, sin hospitales, sin problemas graves… no siempre tendré tanta suerte. El paso del tiempo sigue su curso y sé que llegarán años tristes.

Ha sido un verano feliz. Y se ha terminado. Pero empieza un otoño bonito. Y quiero que en casa siga manteniéndose esa alegría. Porque la felicidad es un estado y es una obligación.

¿Te apuntas?

 

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